Epitafio

Tuve la intención de sacar provecho de cada día que pasara desde que tengo el control, o eso creí, de mi destino. No obstante, sucumbí tempranamente al candor de unos labios, al fulgor de una silueta dibujada por los cálidos rayos del sol litoral. Me creí imperturbable y resulté ser uno de entre cientos de miles de perturbados que terminan sus días decepcionados y entumecidos por el machacante sonsonete de la rutina diaria. Atribulado, me enredé en toda clase de pensamientos de primer orden. Como un autómata, vagué por parajes atestados de pequeñas voluntades retorcidas por el hambre y la monotonía. Temí, como cualquier otro, la pérdida de lo poco que ostentaba. Humillé mi orgullo y mi casta ancestral por no haber aprendido a reivindicarlos y hube de servir con gratitud a mis verdugos. Fracasé, sí, no tengo remedio. Mas me queda como consuelo el haber sido partícipe del sueño que algunos tuvieron y abrazaron con fervor. Eso que los bienaventurados llaman vida y que, tras haber exprimido hasta la saciedad, arrojan en nuestras manos convertida en calamidad.