El día que ganó la cordura
Claro que lo recuerdo, le dije al Oscar, fue uno de los mejores momentos de la universidad. Él me miró extrañado, sabía que no era cierto pero me dejó continuar.
El Lucho, que era el luis por cierto, había logrado que le dieran el puesto en la sala de computadores. Una labro nada despreciable pues se podía dormir mientras el resto de los universitarios tecleaba sus trabajos en los computadores. Pero al lucho le gustaba jugar. Su pasión se volcaba con furia sobre la última versión del Gálaga, lo daba vuelta 3 veces seguidas y practicaba con el teclado toda la jornada de trabajo.
--Lucho, no funciona el teclado, le decían las compañeras que trataban de escribir un trabajo. Claro el Lucho había cambiado ya tres veces las tecleras dañadas por su afán de apretar la barra espaciadora en contra de los málditos aliens. Espera te lo cambio altiro, y lo rotaba por otro teclado, esperando que nadie reclamara. Y pocos reclamaban, hasta que el Vladi vino a hacer su pega un día.
El Vladi era un muchacho flaco y desgarbado. Parecía un rata malhecha que estuviera siempre mirando por los rincones. Pero tenía el don de la palabra y divertía mucho en las fiestas, a las que ciertamente el Lucho no iba, porque estaba jugando el gálaga.
Si bien el Luchito jugaba durante su turno de ayudante de computadores, no por eso escatimaba menos su labor de cancerbero del orden y durante su jornada laboral procuraba que los estudiantes recibieran un computador en perfecto y pulcro orden. Además, resguardaba su tutela de jugador empedernido registrando con vivo ojo que nadie osase a siquiera querer instalar algún juego en los PCs.
Entonces, cuando el Vladi quiso retirarse sin haber puesto la silla del pc en su lugar, ni haber puesto de vuelta la capucha en el correspondiente monitor, el lucho colmó su paciencia e interpuso el brazo entre el andar decidido del vladi y la puerta.
--Usted no va a ningún lado compadre.
--¿Qué hueá te sucede?, le dijo el Vladi.
--Tenis que dejar el computador como lo encontraste compadre.
--Salta culiao.
En esos momentos, el silencio se entronó en la sala y todos mirábamos expectantes la concreción del acto de desafío del lucho, y esperábamos que las piezas encajaran en ese tetris miserable que es la vida, deparándonos una aventura que puediésemos narrar a la posteridad, como el sexo atolondrado que alguna vez tuvimos o dónde nos encontrábamos para el terremoto del 87 o para cuando cayeron las torres gemelas. Pero todo se desvaneció con las palabras del Lucho:
--Mire compadre, yo soy el ayudante de esta sala por lo que me debe respeto. Así que si usted encuentra el computador ordenado y la silla en su lugar tiene que dejarla de ese modo cuando se vaya.
El vladi pareció consternado. Se devolvió ordenó la silla y el computador y se acercó al Lucho. El Lucho le estiró la mano, hagámos las paces, dijo.
Epílogo
El cuadro se congela en en el instante final cuando Lucho le ofrece la mano al Vladi. Este ciertamente la acepta y le da un abrazo. La catarsis se sublima... no queda nada más que narrar.
El Lucho, que era el luis por cierto, había logrado que le dieran el puesto en la sala de computadores. Una labro nada despreciable pues se podía dormir mientras el resto de los universitarios tecleaba sus trabajos en los computadores. Pero al lucho le gustaba jugar. Su pasión se volcaba con furia sobre la última versión del Gálaga, lo daba vuelta 3 veces seguidas y practicaba con el teclado toda la jornada de trabajo.
--Lucho, no funciona el teclado, le decían las compañeras que trataban de escribir un trabajo. Claro el Lucho había cambiado ya tres veces las tecleras dañadas por su afán de apretar la barra espaciadora en contra de los málditos aliens. Espera te lo cambio altiro, y lo rotaba por otro teclado, esperando que nadie reclamara. Y pocos reclamaban, hasta que el Vladi vino a hacer su pega un día.
El Vladi era un muchacho flaco y desgarbado. Parecía un rata malhecha que estuviera siempre mirando por los rincones. Pero tenía el don de la palabra y divertía mucho en las fiestas, a las que ciertamente el Lucho no iba, porque estaba jugando el gálaga.
Si bien el Luchito jugaba durante su turno de ayudante de computadores, no por eso escatimaba menos su labor de cancerbero del orden y durante su jornada laboral procuraba que los estudiantes recibieran un computador en perfecto y pulcro orden. Además, resguardaba su tutela de jugador empedernido registrando con vivo ojo que nadie osase a siquiera querer instalar algún juego en los PCs.
Entonces, cuando el Vladi quiso retirarse sin haber puesto la silla del pc en su lugar, ni haber puesto de vuelta la capucha en el correspondiente monitor, el lucho colmó su paciencia e interpuso el brazo entre el andar decidido del vladi y la puerta.
--Usted no va a ningún lado compadre.
--¿Qué hueá te sucede?, le dijo el Vladi.
--Tenis que dejar el computador como lo encontraste compadre.
--Salta culiao.
En esos momentos, el silencio se entronó en la sala y todos mirábamos expectantes la concreción del acto de desafío del lucho, y esperábamos que las piezas encajaran en ese tetris miserable que es la vida, deparándonos una aventura que puediésemos narrar a la posteridad, como el sexo atolondrado que alguna vez tuvimos o dónde nos encontrábamos para el terremoto del 87 o para cuando cayeron las torres gemelas. Pero todo se desvaneció con las palabras del Lucho:
--Mire compadre, yo soy el ayudante de esta sala por lo que me debe respeto. Así que si usted encuentra el computador ordenado y la silla en su lugar tiene que dejarla de ese modo cuando se vaya.
El vladi pareció consternado. Se devolvió ordenó la silla y el computador y se acercó al Lucho. El Lucho le estiró la mano, hagámos las paces, dijo.
Epílogo
El cuadro se congela en en el instante final cuando Lucho le ofrece la mano al Vladi. Este ciertamente la acepta y le da un abrazo. La catarsis se sublima... no queda nada más que narrar.
Etiquetas: Disquisiciones sobre Lucho
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Wen relato de las aventuras y desventuras de aquellos personajes claves para entender el fenomeno miserable. Saludos y recuerde que "Verba volam, Scripta Mena"
<< Pa la casa!