miserabilidades de la vida
Recuerdo que cuando era chico, mi abuela solía participar en cuanto concurso saliera. Eran esos típicos concursos donde había que juntar cierta cantidad de envases de algún producto y enviarlos en un sobre a determinado clasificador para ganarse un auto, cien mil pesos, una casa, la pastaiola, en fin.
El asunto es que de tanto insistir, mi abuela se terminó ganando un viaje a Brasil para dos personas más mil dólares para gastos. Por un rato se convirtió en la envidia del barrio. Los familiares pasaban largo rato debatiendo con quién debía disfrutar de tan magnífico premio.
Sin embargo, ella en vez de irse de viaje, prefirió canjear el premio por plata que se terminó gastando en abonar a las deudas, comprar mucha mercadería, algo de ropa a los nietos y una cocina nueva.
Años después, mi abuela me diría llorando que ella nunca había sido feliz siquiera una vez en su vida. Ahora que tiene ya 80 años, no creo que recuerde la única oportunidad que tuvo de guardar un recuerdo feliz de su vida.
La wea miserable.
El asunto es que de tanto insistir, mi abuela se terminó ganando un viaje a Brasil para dos personas más mil dólares para gastos. Por un rato se convirtió en la envidia del barrio. Los familiares pasaban largo rato debatiendo con quién debía disfrutar de tan magnífico premio.
Sin embargo, ella en vez de irse de viaje, prefirió canjear el premio por plata que se terminó gastando en abonar a las deudas, comprar mucha mercadería, algo de ropa a los nietos y una cocina nueva.
Años después, mi abuela me diría llorando que ella nunca había sido feliz siquiera una vez en su vida. Ahora que tiene ya 80 años, no creo que recuerde la única oportunidad que tuvo de guardar un recuerdo feliz de su vida.
La wea miserable.
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