Honrar a padre y madre
Cuando era pequeño mi mamá se acercó y me contó un secreto.
-Lincoyán, cuando seas grande, cuando cumplas 18, me iré de la casa.
Yo que era llorón, no pude llorar y solamente el miedo como una carroña helada me abrazó, y dormí y dormí por quinientos años.
A mi mamá, la había cagado mi propio papá cuando llevaban unos días de casados. Mi papá, embrutecido, yo no sé por que almivar, se fue a acostar con una mujer innombrable. Mi madre obviamente supo, porque mi padre era estulto como un sapo de piedra.
No me contó la historia completa, ciertamente, mi madre la ocultaba tras una visita o un intento de desliz que había querido realizar mi papá.
Allí estaba ella sola como en un espejo, congelándose hasta los huesos. Tan helado era su sentimiento desquebrajado por el desliz de mi papá que comenzó a engordar, para que ya nadie pudiese horadar dentro de ese cuerpo de cientos de kilos y encontrar la gran desprotección que nos heredó.
Histérica mi madre me golpeaba y maltraba muy seguido. Me daba de cachetadas, gritaba desgarrando el delgado himen de la sensatez y la paciencia, inventaba cuentos infames, enfermedades, asmas inexistentes, castigos imposibles, reordenaba las palabras y la realidad para que siguiese su antojo formidable por reinventar la locura en cordura, pero sin transformarse a ella misma, al menos emocionalmente.
Mi padre como un espantapájaros ausente explotaba su estolidez máxima y su idiotez empedernida, ocultando en cajones pornografía, claveteando mujeres desnudas en muros engrasados, coleccionando para sí montañas de sueños pornográficos, y se masturbaba ahíto ya el miembro, de tanta paja, y nos decía:
--Vos soi flojo, vos porque naciste de una cacha floja, eres un cachafloja-- nos gritaba, siendo que probablemente era nacido de una paja floja.
Mi madre cuando supo que su marido la había engañado con otra mujer, decidió tener un tercer hijo, era yo. Pero yo no era yo sino otro. Como un conato infame de la realidad, un simulacro antojadizo, me re-bautizó como mi padre, para tener su propio Lincoyancito, dijo. Así, como una comedia absurda, heredaba la gracia de mi padre y sus pasiones desenfrenadas.
Mi madre reinventó todo. Hace poco le comenté de los golpes que me daba cuando pequeño. Ella afirmaba que nunca había golpeado, nunca había mentido, manipulado, su marido no la había engañado, sino que era yo el problema.
Sus hijos que tanto trabajo dieron no fueron capaz de estar a la altura de sus fantasías enfermizas y nos abortó de a poco, quizás diluyendo nuestra imagen en oníricas situaciones o en catódicos modelos de la realidad.
Mamá, creíste que nos regalabas un sacrificio, al quedarte cobardemente al lado de tu esposo, pero en realidad nos heredaste una condena, que no queremos aceptar.
¡Métetela en la raja!
Me he condenado.
-Lincoyán, cuando seas grande, cuando cumplas 18, me iré de la casa.
Yo que era llorón, no pude llorar y solamente el miedo como una carroña helada me abrazó, y dormí y dormí por quinientos años.
A mi mamá, la había cagado mi propio papá cuando llevaban unos días de casados. Mi papá, embrutecido, yo no sé por que almivar, se fue a acostar con una mujer innombrable. Mi madre obviamente supo, porque mi padre era estulto como un sapo de piedra.
No me contó la historia completa, ciertamente, mi madre la ocultaba tras una visita o un intento de desliz que había querido realizar mi papá.
Allí estaba ella sola como en un espejo, congelándose hasta los huesos. Tan helado era su sentimiento desquebrajado por el desliz de mi papá que comenzó a engordar, para que ya nadie pudiese horadar dentro de ese cuerpo de cientos de kilos y encontrar la gran desprotección que nos heredó.
Histérica mi madre me golpeaba y maltraba muy seguido. Me daba de cachetadas, gritaba desgarrando el delgado himen de la sensatez y la paciencia, inventaba cuentos infames, enfermedades, asmas inexistentes, castigos imposibles, reordenaba las palabras y la realidad para que siguiese su antojo formidable por reinventar la locura en cordura, pero sin transformarse a ella misma, al menos emocionalmente.
Mi padre como un espantapájaros ausente explotaba su estolidez máxima y su idiotez empedernida, ocultando en cajones pornografía, claveteando mujeres desnudas en muros engrasados, coleccionando para sí montañas de sueños pornográficos, y se masturbaba ahíto ya el miembro, de tanta paja, y nos decía:
--Vos soi flojo, vos porque naciste de una cacha floja, eres un cachafloja-- nos gritaba, siendo que probablemente era nacido de una paja floja.
Mi madre cuando supo que su marido la había engañado con otra mujer, decidió tener un tercer hijo, era yo. Pero yo no era yo sino otro. Como un conato infame de la realidad, un simulacro antojadizo, me re-bautizó como mi padre, para tener su propio Lincoyancito, dijo. Así, como una comedia absurda, heredaba la gracia de mi padre y sus pasiones desenfrenadas.
Mi madre reinventó todo. Hace poco le comenté de los golpes que me daba cuando pequeño. Ella afirmaba que nunca había golpeado, nunca había mentido, manipulado, su marido no la había engañado, sino que era yo el problema.
Sus hijos que tanto trabajo dieron no fueron capaz de estar a la altura de sus fantasías enfermizas y nos abortó de a poco, quizás diluyendo nuestra imagen en oníricas situaciones o en catódicos modelos de la realidad.
Mamá, creíste que nos regalabas un sacrificio, al quedarte cobardemente al lado de tu esposo, pero en realidad nos heredaste una condena, que no queremos aceptar.
¡Métetela en la raja!
Me he condenado.
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Excelentente y desgarradora historia, compadre. Hace rato que faltaba tal crudeza en este espacio. Two thumbs up.
hermano, eres un hijo de la desdicha y el rigor, pero tu temple y tu forjadura han sido tan sólidas que te has vuelto inquebrantable... no te lamentes por la leche derramada... disfruta de tus dones, que no han sido gratuitos
<< Pa la casa!