No tiene sentido

Jerónimo se reclinó sobre la pantalla fulgurosa que se empotraba en el escritorio. Algo que no supo identificar le molestaba. Un entumecimiento subió por sus piernas. No sentía la espalda ni el trasero, solo un hormigueo incesante.

Las manos, heladas como si estuviesen cubiertas de una pintura ignífuga, se entrelazaban en la superficie de la pantalla fogosa. Estaba tratando de concentrarse en su tarea, cuando una frase cruzó su cabeza. "Es solo un cristal mortecino", pensó como en un centelleo "es estúpido lo que estoy haciendo". Negó con la cabeza, molesto por la distracción y continuó confeccionando archivos y textos con el programa de su computadora-pantalla.

Dibujó una combinación de funciones y pudo observar el texto que tenía que traducir para esa tarde. Fue rápidamente, dibujando el texto traducido sin siquiera molestarse en leer el texto una vez siquiera. El texto original se iba convirtiendo en un código espectral superpuesto por el reluciente texto meta.

Nuevamente, la idea intrusa: "Es ridículo lo que estás haciendo, nada tiene sentido". Nuevamente tragó saliva e ignoró la llamada que se alojaba en alguna parte de su cerebro.

Conforme tejía su obra traducida, comentarios se iban articulando en la periferia de la pantalla, como una red de notas que le entregaban textos que ya había traducido y que coincidían con su traducción, búsqueda de palabras que no conocía, otros contextos que sacaba de una base de datos, etc.

Molesto Jerónimo cancelaba los comentarios y los contextos, concentrado en el meollo de lo que leía. Su tía apareció en una esquina de la pantalla, escribiendo alocadamente, "Mira lo que me llegó de una amiga. Está muy buenoooo", estirando las letras. Una presentación comenzó a ejecutarse sobre la cabeza de mirada estúpida que era su tía. "No más represión", gritaban un grupo de manifestantes en las calles. La policía con sus vehículos de reacción nuclear les lanzaba partículas radioactivas. Los que protestaban quedaban hirviendo de dolor en el suelo y la sangre ocluía la pantalla.

"Muy interesante, garabateó" Jerónimo, sobre la cabeza de la tía y la dejó pasar recorriendo la pantalla con su texto de traducción. "Esto no tiene sentido", nuevamente escuchó dentro de su mente, que trataba de imbuirse completamente en el trabajo.

Ah ya basta! gritó colmando la habitación. El grito le salió un tanto elevado y tuvo que carraspear para aclarar la garganta. Le pasaba cada vez que no hablaba por mucho tiempo.

Siguió leyendo el texto original, y ciertos nodos brincaban de las palabras claves que no entendía. Todo orquestado con su mirada. La visión estaba secretamente vinculada a la pantalla. Los nuevos nodos expandían los sentidos del texto que iba traduciendo.

Navegó por un nodo que explicaba el concepto de "fluctuación de valores". Siguió por "mercado de valores" hasta llegar a "valor de cambio". La imagen de Marx le sonreía desde su pantalla explicándole con manzanas qué era "valor de cambio" y "mercancía".

Cerró todas las pantallas, y reinó el silencio en la habitación. No había nada que perturbara las blanquecinas pantallas de los muros, el piso ni el techo, ni la pantalla de su escritorio. Se sintió absolutamente solo dentro de esa habitación, y recordó las palabras:

"Nada tiene sentido"

Finalmente, respiró hondo y prendió las pantallas.

La vida inundó con su gruesa simbología nuevamente la habitación.

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