System Crash

Don Luciano abrió la alforja donde guardaba el vino. Prendió las pantallas murales con un golpe seco de su voz. Fiat Lux! Y la luz fue hecha en el interior de su cuarto en Nueva Chicureo. Don Luciano recorrió el breve espacio que separaba su pesado cuerpo del sillón de cuero oscuro, las voces espectrales de sus personajes favoritos de televisión abarrotaron el silencio de su hogar.

Comenzó a reír con las idioteces de sus sitcoms preferidos. Un viejo capítulo de That Seventy's Show, que lo hacía sacar lágrimas, recordando sus tiempos mejores en una ciudad, cuyo nombre no podía recordar.

Don Luciano bajó del altillo de su mansión y recorrió todo el camino hasta el sótano oscuro de la casa. Allí encontró a los tres androides observando las penumbras con aspecto triste y cansado.

—¿De nuevo cayeron en un bucle infinito los hueones?—Les gritó como para no sentirse tan estúpido por estar hablando a unos trozos de mecánica. Cinco años antes, Don Luciano los había comprado en una feria de tecnología en Nueva York. Los hizo a imagen y semejanza de sus tres mejores amigos de la universidad.

Los bautizó de manera ad hoc. Efector, Roscar y Mecaldo. Todos los días bajaba e intentaba conversar con ellos. Tenían encuentros de honda fruición donde Don Luciano les hacía ver sempiternos capítulos de sus series favoritas. Al principio fue muy divertido, y por un momento olvidó su trágica existencia.

Pero después todo cambió. Los malditos robots comenzaron a cuchichear en su ausencia. Jugaban con un tableta waccom que el había dejado olvidada en el sonato y dibujaban tonterías. Uno de los robots se hizo adicto a los errores de sistema y se trababa constantemente en crashes, donde sus ojos evidenciaban la pantalla azul de la muerte.

Furioso porque los robots ya no querían ser su amigo, Don Luciano los encerró en el sónato, y los obligó a traducir libros ridículos a los doce idiomas que sabía cada robot. Pero en el fondo, sabía que deseaba estar con ellos.

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