Un hijo de puta

Era un pobre hijo de puta. Pero también era un cínico. Uno de esos que se formó con el barro pesado de los colegios bajo dictadura. Sí porque la dictadura no solo fue ese periodo donde el perro se bañó en la sangre de sus hermanas ciegas (1973-1978), la dictadura también fue ese periodo donde nuestras dulces rajitas se acomodaban pequeñitas en asientitos de escuelas colmebasuras.

Allí en la infame escuela religiosa, conocí de las mil pajas que se mandó Domingo Savio con sus biblias de cabecera. Domingo Savio un niño como cualquiera de nosotros que no jugaba en el computador ni buscaba videos de ejecuciones en internet. Peor que levitaba, se aprendia majamamas de 200 páginas de memoria y besaba a su madre y la ayudaba con plata, y un largo que-falta que era imposible de completar pa nuestras existencias miserables bajo la tutela de padres ineficaces y atolondrados. Hablo por mí, eso sí.

Como la vez que descubrí un libro de historia de los aztecas y con esmerado cuidado, a guisa de un memorioso maniaco-compulsivo, me aprendí todos y cada uno de los nombres de la teoteca nahua: Huitzilopochtli, Tezcatlipoca, Centzonuitznaua, Ehecatl, Mictlantecuhtli, Tonacatecuhtli, y con aires de una miniatura enciclopédica estúpida, le pregunté a la profesora de 5 básico de historia, por qué si Quetzalcoatl era el dios de la vida y Tezcatlipoca su contrario, porqué Tezcatlipoca no era el dios de la muerte? La vieja profesora dijo que eso no era parte de la materia, y rápidamente se pasó un panteón de como 50 dioses por la raja.

Buscando consuelo en la voz sabia de mi madre, quien era la que me había iniciado en la lectura de esos libros en primer lugar, me dijo con voz trémula, que:
"Hijo mío, te voy a dar un consejo que me ha servido por años. Cuando alguien te diga algo dile que sí no más. Si te dice que el cielo es verde, dile que sí. Si es el profesor, repite lo mismo que te dijo en la prueba y obtén un siete."
Por años seguí cabalmente el consejo de mi madre, y pasó a convertirse en cotidianidad, el bastón que guió mi andar por el camino de la sociedad.

El consejito en primer lugar me hizo trazar un abismo entre dos clases de seres humanos. Los familiares y los jefes. Los familiares eran todo ese chungo de personas a los cuales no me interesaba llevarles el amén. A ellos les gritaba y evacuaba toda mi personalidad de mierda. Ante los jefes, era un ejemplar ser humano, cortez, solícito e incapaz de decir que no. Ciertamente, cuando me convenía un familiar podía pasar a ser un jefe y un jefe en familiar (aunque era más extraño).

Con el tiempo, me di cuenta que los únicos seres que no encasillaba dentro de esta clasificación forzosa eran los perros, a quienes les hablaba con cariño y desparpajo. Con el tiempo me fui convirtiendo en mi propio jefe y familiar. Me hablaba con desprecio cuando estaba desanimado y me engañaba haciendome creer que estaba todo bien.

Un día reaccioné, le estaba gritando a mi esposa por no servirme el almuerzo caliente mientras al teléfono le hablaba amablemente a mi jefe acerca de dónde estaban ciertos archivos. El mundo estaba al revéz me dije. Era un pobre hijo de puta, pensé.

Inhabilitado de ir a sicológos (pues ciertamente usaría mi vieja clasificación para encasillarlos como jefes, y me convertiría en su tierno vasallo), me di a la tarea de reconvertir esa energía.

Utilicé sicología inversa: antes de tomar una decisición, incluso de actuar intempestivamente, imaginaba en el campo hipotético qué haría mi padre o mi madre ante esa situación, y actuaba al revez. Por ejemplo, dejé de gritarles a las cajeras morenas en los supermercados y a gritarles a los rubios en las calles cuando me tiraban sus autos de última generación.

Dejé de menoscabar a mi esposa con estúpidas condiciones y a exigir un trato humano en mi trabajo.

Ya no era tan hijo de puta.

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Anonymous Anónimo dijo...

este se va al cornucopia awardsss...

10:32 p.m.  
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