La mamá
La mamá le sacaba la chucha con las mismas manos gorditas con las que sabía hacer ese puré tan cremoso. Le hacía saltar las babas por el aire de un puro charchetazo. Después le decía, como pa cagarlo un poquito más, "hijo, golpearte me duele más a mí, que a ti". Ahí quedaba el cabro chico con carehueón pa la cagá, mirando la casa que el papá había comprado en cuotas, endeudándose la raja por 15 años y sumiendo a la familia en aprietos económicos. La mamá se iba entonces a llorar en algún rincón con esas lágrimas que uno arroja cuando tiene rabia. "Puta la hueá", pensaba la vieja, "tengo la misma capacidad intelectual que todas esas mierdas que estudiaron y se volvieron profesionales en una época en que la universidad era gratis... pero aquí estoy lavando el plato número 21900 y me quedan todavía entre 33000 y 44000 por lavar hasta que el tedio alise mi cerebro o me muera antes, si tengo suerte" y se desesperaba entonces un poco más pensando en la montaña de platos multiplicada por los días que le quedaban de vida y llamaba al cabro chico pa volver a sacarle la chucha, aunque ya no era tan chico, y parecía que esa mirada de ahueonao que tenía se iba trocando por una mirada de furia incontrolable. Hasta que un día ya no le pega más, no por compasión sino por miedo. Ese mismo miedo que le hizo tomar decisiones estúpidas en la vida y ahora ya no podía hacer nada, porque era vieja y las viejas que cuando joven fueron miedosas lo siguen siendo, porque no cambian, "perro viejo no aprende trucos nuevos", y se quedaba ahí en el sofá de mierda que compró su esposo con la repactación de la deuda de la casa mirando la televisión implorando que le mostrasen algo de interés... pero no la tele había envejecido con ella y no sabía trucos nuevos... pensó en pegarle un charchazo al monitor, pero le dio paja levantarse...
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