Foto sepia


En Cruz de Reyes, entre Cochrane y Prat, donde años más tarde elevó su londinense estampa el famoso Reloj Turry, había una ventana. Desde ella podía verse al armador inglés pasar con tranco largo, o al boticario alemán con sus gruesos mostachos, o al aguatero del cerro y sus ojotas de cuero. Desde allí podía oírse el paso de los carros de sangre haciendo retumbar sus cascos en los adoquines de piedra o a los pesados tranvías deslizarse rechinando sobre los rieles de acero, largos trechos de los cuales aún permanecen bajo el asfalto del puerto. Allí se sentía el palpitar de la ciudad y el presuroso transcurrir del diario acontecer.

Sin embargo, nunca se ha sabido qué verdades o falacias ocultaban sus albas cortinas. Jamás se ha narrado ni escrito qué amores o desengaños urdieron su trama bajo aquel alfeizar. ¿De quién habrá sido aquellos ojos tristes que reflejó su cristal?

Es el pasado, lo que fue, lo que partió, lo que no dejó su huella.

Nunca sabremos si aquella ventana fue una vitrina de zapatos y paraguas o el trecho de luz de un hogar de época, con tacitas de te en la mesa y gobelinos arábigos en sus pretéritas paredes.


Barlovento.



ESCRITO POR F.SEPULVEDA

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