En colores y chuchadas (miserable sci-fi)

Y encontré entonces, en la chuchá limpia del loco en miseria, la flor perenne de la nueva literatura que zanjaría las eras con un antes y después idóneo e inevitable. En aquellos fonemas que resuenan en gloria y majestad las fricativas shilenas con concatenaciones múltiples de juicios arbitrarios sobre mi persona, mi inteligencia y mi santa madre, se presentaba además una interpretación heurística de mi tendencia sexual. Eso acompañado de gesticulaciones azarosas que intentaban darle mayor peso semántico a sus ya explícitos comentarios acerca de la situación. La misma idea se pudo haber sentenciado de una forma breve y concisa: usted tiene la culpa de lo que sucedió. Por supuesto, esta carece absolutamente de la sabrosísima idoneidad de nuestros cánticos coloquiales.

No me parece que haya sido mi culpa. Sin embargo también lo lamento por este pobre hombre, con su cuerpo partido por la mitad, no le quedara mucho tiempo mas para desatar su furia y su parecer al respecto de este desafortunado accidente. No es bueno doblar una esquina rápido para meterse al carril rápido. Tampoco es bueno cruzar por al medio de la calle. En una calle donde los tipos como yo demostramos nuestros niveles de testosterona haciendo cuanta wea violenta se nos pase por la cabeza, puros James Bonds y weas, alucinados los culiados, con los modelos inequívocos de súper hombres que se producen para apoyar múltiples consumismos. En todo caso, si se me diera la ocasión de hablar unos segundos antes de morir, los haría un discurso nobel en el cual vertiria las pocas ideas filantrópicas que he tenido en este corto tiempo de vida. Lo usaria para alabar a la poesia y la describiría como la pluma mágica, aquella que se cumple al momento de ser inscrita en el papel del tiempo, aquella bellísima metáfora de la vida y el impulso concretizador que hizo grande a mi estirpe de homo sapiens, capaces de consumir completamente este mundo, y otros, y de soñar que algun día cada uno de ellos serian dioses de sus propios mundos, dueños de las constelaciones siderales donde fluye la miel y la leche como campos magnéticos interminables que se extienden por el infinito, las galaxias elíseas, o quizas daria gracias del tiempo que me fue otorgado en este mundo para sufrir y perecer.


Luego de pronunciar unas puteadas más, el pobre miserable seguía apuntándome a los ojos con su mirada, deseando que fueran cañones con carga automática para llenarme el cuerpo de plomo. Detuvo su respiración. En un segundo, miro hacia el cielo, y dejo de moverse. Entonces, como en toda historia así de miserable, no hay final que deje feliz al lector ni tampoco al escritor. Tampoco hay una lección que aprender ni una metáfora para recordar. El tiempo ha muerto una vez más.

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