The center of the universe

Ahí estaba, con sus constelaciones prematuras. La más formidable creación del omnipotente no era más que un punto decadente de luz celestial encaminada a la extinción.

Los astronautas llegaron tras una travesía sin retorno. Contemplaron la inmensidad de la nada. En muchas jornadas estuvieron a punto de abortar la misión, dominados por la desesperación, tratando de hacer zozobrar la nave o enviando las últimas señales de su misión.

En la tierra, ya se habían sucedido centurias y milenios, con sus catástrofes naturales, con sus guerras. Y pronto la humanidad cayó en la cuenta de que se extinguiría irremediablemente. Ya nadie recordaba a los enviados a explorar los confines más remotos.

Cuando ya el fin de toda esperanza se encontraba cerca, llegó una serie de mensajes a los receptores radiales del Centro de Investigación para la Conservación de la Raza, empeñado en encontrar un planeta o un satélite en cualquier rincón de la galaxia que permitiera albergar a los mejores especímenes en un plazo ridículamente corto.

Los mensajes se sucedían uno tras otro. Eran incontables. Todos decían lo mismo:

«Nautilus Sideralis a Tierra, hemos decidido poner fin a nuestra misión.

«Llevamos incontables años navegando por el espacio sin esperanza de completar nuestro objetivo. Ni siquiera sabemos si ustedes recibirán este mensaje.

«Aunque los soportes de vida de la nave nos podrían mantener vivos por tiempo indefinido, no tenemos motivación para seguir viviendo. Como ustedes han de saber, nuestra capacidad creativa y de procreación nos fue cancelada artificialmente antes del viaje.

«El sexo, nuestra única distracción, se nos ha vuelto monótono e incluso incómodo.

«El centro del universo nos ha parecido cercano casi desde que iniciamos nuestro viaje. Sin embargo, todas las aparentes señales de éxito nos son refutadas por alguna evidencia al contrario.

«Quizás, todavía albergamos la esperanza de una conclusión, la posibilidad del retorno. ¿A qué? nos preguntamos indefectiblemente. Ya nadie ni nada de lo que conocimos existe.

«Este será nuestro último mensaje.

«Capitán Amundsen reportando. Cambio y fuera.»

Curiosamente, el mensaje había sido reenviado automáticamente, una y otra vez, por la computadora de la nave, como si ella misma hubiera adquirido conciencia de sí misma y estuviera repitiendo las palabras que, de alguna manera, la hacían sentirse interpretada. Después de todo, ella también había sido creada para inmolarse en un viaje sin retorno.

Pero las coincidencias no son pocas y en el preciso instante en que el último de los mensajes era recibido en tierra, los astronautas contemplaban anonadados el objeto de sus penurias: aquél punto de luz infinitamente distante de todo, donde se supone debian encontrarlo a Él y a su hijo sentado a la diestra.

El centro del universo más bien se asemejaba a un planeta. Al acercarse la nave, los astronautas notaron un parecido increíble con el suyo. Incluso creyeron haber hecho el viaje en redondo, como muchos científicos se aventuraron a vaticinar.

Irremediablemente, según ellos, los exploradores harían un giro en redondo, retornando inevitablemente por el lado opuesto del sitio de despegue, es decir, al otro lado del mundo.

Más bien, podrían haber retornado al mismo punto en el espacio absoluto, mas no había certeza de que la tierra, e incluso la galaxia, se encontrara ahí todavía al momento de su eventual regreso.

Al notar su espectacular hallazgo, volvió la esperanza a sus corazones. Se llenaron de júbilo y un caudal de emoción los hizo sumergirse en un mar de desenfreno y placer que duraría meses.

Cuando hubieron agotado sus fuerzas, se sumieron en un reparador sueño. Esos días transcurrieron sin contratiempos. Mientras ellos recuperaban fuerzas, la esfera celeste los custodiaba maternalmente.

Al fin, volvieron al centro de control de la nave para evaluar una posible incursión exploratoria en el astro. Los tripulantes Scott, Evans y Willson decidieron partir. Hanssen, Hassel y Wisting se quedaron a bordo para prestar apoyo.

No hubo un instante de calma tras la salida del módulo de exploración. La comunicación entre éste y la nave principal era extraordinariamente fuerte y clara.

Los tripulantes tardaron medio día en descender hasta una distancia aproximada de la superficie del astro suficiente como para realizar los primeros análisis fotoquímicos certeros y determinar si poseía atmósfera, cuantificar su fuerza de gravedad y presencia de vida orgánica.

Los estudios preliminares al objeto estelar habían arrojado como resultado que se trataba de un cuerpo carente de movimiento traslatorio aparente. Este detalle confirmó lo que tanto deseaban saber: que se encontraban en el centro exacto del universo.

La sorpresa de los tripulantes del módulo exploratorio fue mayúscula al descubrir que las condiciones geofísicas y atmosféricas del pseudo-planeta eran ideales para albergar vida orgánica y, más aún, que se encontraban innumerables rastros de esta última en todos los rincones de la superficie.

Ante la noticia, el capitán Amundsen decidió que el módulo exploratorio debía devolverse a la nave para apercibirse de elementos de defensa previstos para el caso. Nadie sabía qué tipo de vida se encontraría habitando ese lugar.

El regreso fue aprovechado para compartir nuevas inquietudes y toda clase de elucubraciones acerca de la existencia de dicho cuerpo celeste en aquella latitud celestial.

Lo que más sorprendía a los astronautas, entre ellos un prestigiado astrofísico, era la increíble ausencia de una estrella que otorgara energía a este planeta. Daba la impresión de que se auto-sustentaba de la energía necesaria para existir.

Algunos aventuraban a decir que se trataba del origen mismo de toda la energía universal y, por lo tanto, su presencia en ese lugar y su supuesta auto-sustentabilidad eran naturales.

La teniente Hassel, una bellísima escandinava experta en teoría del caos, era la más entusiasmada con el descubrimiento. Su vida había transcurrido desde las ansias al comienzo del viaje, pasando por la desesperación que con los años acabó en una sosegada desolación, sobre todo en el último tiempo.

Varias veces puso en peligro de muerte a sus compañeros con sus frecuentes descuidos al realizar el mantenimiento de los soportes de vida junto a la médico de a bordo, la coronel Wisting.

Wisting era una mujer madura y recia, hija y nieta de neurocirujanos y especialista en neuropsiquiatría. Sus estudios sobre los cambios de conducta en misiones espaciales de largo aliento le dieron su boleto para este viaje sin retorno. En incontables ocasiones tuvo fuertes discusiones con el capitán Amundsen respecto al futuro de la misión.

Para ella, la depresión imperante entre los tripulantes no era más que un efecto de la travesía y siempre arengaba a sus colegas a tener esperanzas y a pasar las penas fornicando.

En el último tiempo, en todo caso, debió recurrir más de lo necesario a los químicos estimulantes para mantenerse a salvo de la depresión. Muchas veces fue sorprendida in fraganti inyectándose sobredosis de cocaína.

Tras cargar las armas y aprovisionarse, partió nuevamente el módulo de exploración. Esta vez comandaba el propio capitán Amundsen, acompañado de la teniente Hassel y el coronel Scott.

Tocaron la superficie tras un sobrevuelo orbital de reconocimiento. Decidieron hacer el descenso en un gran valle rodeado de montañas y atravesado por un serpenteante río.

Para el capitán, la ubicación ideal estaba cerca del centro del valle, al costado de un monte pedregoso muy cercano al río y que serviría de fuerte en caso de haber problemas.

Una densa neblina cubría el valle en el momento de "aterrizar". Una luz opaca circundaba la nave, como si algún foco lejano estuviera apuntándola, aunque no había fuente luminosa alguna reconocible.

Días más tarde, el coronel Scott descubriría el origen de toda la energía y la luminosidad del planetoide. En un momento de relajo, después de la merienda, mientras oteaba el cielo buscando el Nautilus Sideralis, tuvo la ocurrencia de usar su fotómetro.

Este instrumento podía determinar la distancia entre dos objetos a partir de la luz que recibía de cada uno de ellos.

Primero, el instrumento determinaba el tiempo que tardaba en viajar la luz desde cada objeto hasta el receptor. Luego, por medio de una ecuación, determinaba la distancia entre ambos objetos. También podía determinar la intensidad de la luz emitida o reflejada por cada objeto.

Al intentar usar el aparato, Scott se dio cuenta de la innumerable cantidad de fuentes luminosas que aparecían en el visor. Cada una de ellas brillaba con la misma intensidad. La suma de toda esa luz era equivalente a la luz recibida por la tierra desde el sol en latitudes templadas.

En efecto, el termómetro no había descendido en todo el tiempo que llevaban allí de los 22°C ni había ascendido por sobre los 27°C. Tampoco se registraba un aumento y descenso cíclico de la temperatura.

Al entregar los datos para análisis a la astrónoma de la misión, Evans, ésta reveló que las fuentes luminosas eran los vecindarios de galaxias, entre ellos, el de la vía láctea. Aquellos astros se encontraban esparcidos por la esfera celeste como una red que envolvía al planetoide.

Sin duda, aseveró Evans, los vecindarios constituían la onda expansiva del gran estallido e incluso pudo determinar la velocidad a la que se alejaban del centro del universo, donde estaban parados sus colegas.

Al compartir esta información con el resto de la tripulación, un pensamiento rotundo e inequívoco los conmovió: este mundo estaba condenado a extinguirse en las tinieblas.



Continuará...

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Anonymous Anónimo dijo...

Continúa la historia loco, y descríbe un poco más de las aventuras sexuales de la teniente Hassel, po...

1:51 p.m.  
Blogger Translaughter dijo...

continue with more dramatic events, and more sex and science!

4:28 p.m.  
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