A - AZTECAKAS
El famoso cacólogo archipiélagonense, Eriberto Bailahuén, en uno de sus incontables viajes a la península del Tucayán, descubrió, a mediados del 8956 D.P. (Después del Pulento) lo que sería la civilización prechilombiana más formidable y portentosa que conociera alguna vez la humanidad neo-contemporánea post-archivística: los aztecakas.
Los aztecakas eran un pueblo originario, adorador del surullo. Inventaron complejas técnicas para conservar mojones, desde la vitrificación, la más espectacular, pero difícil, hasta la momificación, la más usada, por su facilidad, pero menos llamativa.
En formidables arcas conservaban los mojones diarios que defecaban sus regentes, elevados a la categoría de dioses, los cuales se alimentaban de llamativos cócteles dietéticos, a fin de producir surullos capaces de pronosticar las condiciones meteorológicas, predecir la llegada de la temporada lluviosa, vaticinar catástrofes y guerras y, lo más sorprendente, por medio de un mecanismo digestivo aún desconocido, escribir edictos y sentencias, que los sacerdotes descifraban y divulgaban al pueblo.
Así es, los regentes aztecakas no pronunciaban palabra alguna. Durante toda su vida usaban la caca para comunicarse con el mundo. En tiempos de tribulación y calamidad, defecaban surullos hediondos, que inundaban de podredumbre los alrededores. Pero en tiempos de prosperidad y festejos, los regentes deleitaban a sus súbditos con pequeños surullitos comestibles, ricos en fibra, calcio y vitaminas, que los pobladores de las aldeas se repartían y comían gustosos: un regalo de los reyes.
Así discurría la vida de los aztecakas, hasta que más temprano que tarde llegó el invasor, y un mar de incertidumbre y sufrimiento los inundó hasta hacerlos desvanecerse en caca. Los regentes enfermaron y la diarrea invadió todos los rincones, ahogando a hombres, mujeres, mojones y niños.
El connotado cacólogo Bailahuén encontró entre los vestigios de tan fascinante y desaparecida civilización, importantes cantidades de una hierba digerida, que se considera hoy extinta y a la que llamó Bailahuenuchea, pero que finalmente se hizo conocida simplemente como Bailahuén y que los machis chilombianos dicen usar en sus pócimas estimulantes del sistema digestivo.
Sin embargo, estudios serios confirman que el Bailahuén de los machis chilombianos se trataría simplemente de té de ceylán mezclado con leche de magnesia, o sea, otro fraude más de la chamanería chilombiense.
Hasta aquí nuestro tratado sobre tan magna civilización, los aztecakas, a quienes conoceremos con más profundidad, a medida que nos adentremos en la mierda del pasado. Por lo pronto, ya se han develado otros misterios tan fascinantes como los contados, como, por ejemplo, los nombres y el origen, en ultramar, de tan perversos invasores, que llegaron buscando oro y que después de amenazar y torturar a los regentes, consiguieron habitaciones llenas del único oro que conocían los aztecakas: los suruyos comestibles de sus regentes.
Todo esto y más en la próxima actualización de la Enciclopedia Cornucopiada, todos los derechos reservados.
Los aztecakas eran un pueblo originario, adorador del surullo. Inventaron complejas técnicas para conservar mojones, desde la vitrificación, la más espectacular, pero difícil, hasta la momificación, la más usada, por su facilidad, pero menos llamativa.
En formidables arcas conservaban los mojones diarios que defecaban sus regentes, elevados a la categoría de dioses, los cuales se alimentaban de llamativos cócteles dietéticos, a fin de producir surullos capaces de pronosticar las condiciones meteorológicas, predecir la llegada de la temporada lluviosa, vaticinar catástrofes y guerras y, lo más sorprendente, por medio de un mecanismo digestivo aún desconocido, escribir edictos y sentencias, que los sacerdotes descifraban y divulgaban al pueblo.
Así es, los regentes aztecakas no pronunciaban palabra alguna. Durante toda su vida usaban la caca para comunicarse con el mundo. En tiempos de tribulación y calamidad, defecaban surullos hediondos, que inundaban de podredumbre los alrededores. Pero en tiempos de prosperidad y festejos, los regentes deleitaban a sus súbditos con pequeños surullitos comestibles, ricos en fibra, calcio y vitaminas, que los pobladores de las aldeas se repartían y comían gustosos: un regalo de los reyes.
Así discurría la vida de los aztecakas, hasta que más temprano que tarde llegó el invasor, y un mar de incertidumbre y sufrimiento los inundó hasta hacerlos desvanecerse en caca. Los regentes enfermaron y la diarrea invadió todos los rincones, ahogando a hombres, mujeres, mojones y niños.
El connotado cacólogo Bailahuén encontró entre los vestigios de tan fascinante y desaparecida civilización, importantes cantidades de una hierba digerida, que se considera hoy extinta y a la que llamó Bailahuenuchea, pero que finalmente se hizo conocida simplemente como Bailahuén y que los machis chilombianos dicen usar en sus pócimas estimulantes del sistema digestivo.
Sin embargo, estudios serios confirman que el Bailahuén de los machis chilombianos se trataría simplemente de té de ceylán mezclado con leche de magnesia, o sea, otro fraude más de la chamanería chilombiense.
Hasta aquí nuestro tratado sobre tan magna civilización, los aztecakas, a quienes conoceremos con más profundidad, a medida que nos adentremos en la mierda del pasado. Por lo pronto, ya se han develado otros misterios tan fascinantes como los contados, como, por ejemplo, los nombres y el origen, en ultramar, de tan perversos invasores, que llegaron buscando oro y que después de amenazar y torturar a los regentes, consiguieron habitaciones llenas del único oro que conocían los aztecakas: los suruyos comestibles de sus regentes.
Todo esto y más en la próxima actualización de la Enciclopedia Cornucopiada, todos los derechos reservados.
Etiquetas: Enciclopedia Cornucopiada
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Entero weno el articulo, tanto chilombiano me dejo angustiao. Quisiera saber si existen vestigios de alguna relacion que pudiese existir entre los astecakas y los indios guastekas.
<< Pa la casa!