Banquete

No sé si será cierta esta historia o quizás la habré escuchado antes; quizás la soñé en una de esas tantas siestas, en mi juventud, un domingo caluroso por la tarde, pero sucede que los patrones organizaron una gran cena en el centro de la gran propiedad. Se sirvieron deliciosos manjares y corría el vino como si de una vertiente surgiese. Pocos fueron los invitados, muchos los sirvientes que acarreaban las jarras y fuentes, y aún muchos más los animales que se congregaban en espera que cayese algún mendrugo de esa alta mesa, donde no todos podían encaramarse.

El patrón en medio de la fiesta tomó la palabra y pronunció un hermoso discurso. Su voz melodiosa abarcaba toda la propiedad e hipnotizada a los comensales, sirvientes y animales por igual.

—Estamos —dijo— homenajeando nuestra felicidad y estabilidad. Todos han sido invitados —decía, observando los pocos comensales que reían fascinados—, pero no muchos pueden venir a sentarse en la mesa del regocijo: ¿Quién serviría los Manjares; quién escanciaría el Vino?

A veces, si un sirviente tropezaba, los animales, atentos al descuido, se abalanzaban hambrientos y lo devoraban. Algún animal más astuto aprovechaba el alboroto y robaba las vestimentas del sirviente y, deseoso, se lanzaba a servir. (Como sirvientes trabajaban, cierto; pero también podían sacar grandes tajadas del Manjar y sorbitos robarle al vino).

No en pocas ocasiones, algún comensal, gordo y torpe, tropezaba de su asiento y caía al suelo. Entonces, algún sirviente diestramente le mataba y tomaba sus ropas para encaramarse a la mesa.

De allí parecía observar con pena la fortuna de sus antiguos colegas y les lanzaba huesos roídos del Manjar y chorros avinagrados del Vino, como para refrescar y saciar su propia sed y hambre de solidaridad.

También observaba a los animales que caían sobre cualquier mendrugo, azotándose entre ellos, matándose y devorándose. Los comensales parecían disfrutar de esto, pues sabían que sus asientos eran firmes. ¡Ay que no lo fueran, la caída sería espantosa y sus puestos trocados enseguida!

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Blogger el mismo dijo...

Cuanta verdad hay en estas palabras estimado cuentador. La ley de la selva nos consume. La existencia miserable de uno sirve de base para la existencia prodigiosa de otro. Gracias por develarnos otro misterio de la miserabilidad.

10:40 p.m.  
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