Oh Cornucopia Miserable


Era todo un escritor.
De esos que cuando están haciendo cualquier cosa, en la mente comienzan a torear palabras, una tras otras en una cadena de lingüística mansedumbre, y luego se escapaban a su nicho predilecto para hundirse en los intersticios de la escritura, a poner el pene de tinta sobre las hojas prostitutas (Bascuñán, 2005), sexual como le gustaba pensarlo. Entonces narraba sus exóticas aventuras, como cuando le sacaba las pulgas a su perro, a guisa de mono del tercer milenio. O de la vez, que encontró, después de años, a un amigo del liceo en la calle, y conversaron de sus vidas laborales. Narraba de cómo se fue apareciendo entre las palabras de su amigo un dejo de alardeo: "Mira, mira, (el anillo en el dedo), ¡me casé pues! ¿Y tú cuándo piensas casarte?";"Bueno, y tienes auto, pues yo ya tengo dos, para mí y la Susanita."; "Bueno, ¿y te vai a comprar una casa? Pregúntame a mí, porque la pila de trámites que hay que hacer". Entonces el aire se enrarecía tanto con las miasmas de los logros de uno y los efluvios de la hipocresía torpe del otro, que terminaban enfermos del estómago, despidiéndose como desconocidos, y sumiéndose en las fauces del puerto, como dos olvidados mojones de vapor.

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