Chofer de micros

Aquí arriba estoy. Y quizás usted me ve descuidado en mi hablar y con rostro odioso, esperando que baje o suba, que pague o reciba su vuelto, mientras voy entrando por marañas de callejuelas y ciudad. Encaramado en este sillín trenzado, colgando de un manubrio redondo como la cabeza del mundo, haciendo girar poderosas toneladas con pasajeros adormecidos o atónitos. Así usted me ve, como un pequeño dictador intransigente que va convirtiendo la calle en violencia, la velocidad en tragedia, una mirada en demanda furiosa. Puede que sea cierto, pero yo he visto surgir el camino, he visto como las sombras se hicieron largas en la ruta de mi existencia.

Nací en una familia de maquinistas y de pequeño me cautivé con estas bestias metálicas, que arrojaban vapores por sus escapes y rodaban por el universo con sus chasis brasileros. El mundo se hacía pequeño entre sus motores de la General Motors, entre los intestinos de fierro que abrigaban mi crecer. Durante aquellos años mi cuerpo se fue haciendo uno con la máquina. Entre su sangre aceitosa y negra, aprendí la dureza de la existencia. Perdido en los intersticios cadavéricos e inmundos de la carrocería, iba atornillando los repuestos de un sistema que luego me engranaría como una de sus piezas.

En la sub-terra del pozo, fui aprendiendo la giroscopía del universo. Aprendí de la voz de mi padre, fuerte como el aliento de un vendaval, los nombres para designar la realidad, aquella pantalla fría a la que había sido arrojado. Cajas de cambio, bielas, michilanes, ñiples, motores de partida, llaves de rueda, paquetes de resortes, y otros conceptos que fueron ingresando por mi piel como un alimento espeso. Aprendí a apretar tuercas en dirección de las manecillas del reloj, supe como aceitar los pernos para que no rasgaran la piel tersa del hilo donde se engarzaban.

A veces, me bajo de este traje de quince toneladas y camino. Descubro las fisionomías de una realidad que está siempre tan cerca que no la reconozco. Durante unos instantes, pienso en mí como si estuviera en otra parte, quizás haciendo otro oficio, acarreando otras realidades conmigo. Pero un sobresalto me despierta y vuelvo a subir. Enciendo el motor, piso el embrague, pongo primera, y salgo.

Etiquetas: ,