Si no fuera por...

Buscaba un pretexto para salir de aquél lugar. La labia del maestro de religión lo abrumaba con intensidad insoportable. La verborrea vomitada por los labios de aquél Can Cerberus que impedía su escape del Averno: el salón de clases de una universidad pontificia. Nada podía impedir que escuchara la incesante monotonía de los dogmas precipitados en escupitajos certeros a las subconciencias de sus condiscípulos. Más su voluntad librepensadora pudo más; y su corazón palpitó con fuerza. Los latidos hacían inundarse de vigor sus músculos atrofiados. Su piel se erizaba encolerizada. Sus labios se abrieron para proferir un grito desgarrador. Sus pies lo empujaron con bríos hacia la puerta. Sus manos se abalanzaron a la manija. La fuerza de su brazo hizo explotar el cerrojo. Su cuerpo se precipitó hacia el exterior, mientras el maestro se quedaba estupefacto; y sus condiscípulos lo miraban con admiración y, a la vez, con miedo. Mientras las miradas seguían el desarrollo de sus acciones temerarias, la puerta se cerró de golpe, dejándolos a ellos en su claustro involuntario y a nuestro héroe dispuesto a no volver jamás. Al tiempo que bajaba raudo las escaleras para escapar definitivamente de la pesadilla pseudo-medieval de dogmática irracionalidad, se juró a sí mismo no inscribir nuevamente un ramo general animado sólo por lo bien que le sonaba su nombre. Aprendió de la peor manera que "persona humana" no es un concepto filosófico y que, a veces, la religión se disfraza de filosofía sólo para jugarnos una mala pasada a los miserables ateos.

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