Ya no estaba ahí.él blanco innominable?

Por más que fuese un profesor resentido, nadie podía decir que mi voz resonaba oscura desde el vacío de mi alma. ¡Qué desgracia sufren aquellos incautos que logran describir sus sensaciones desde las puntas ajadas de sus plumones gastados! Por lo pronto, yo sólo podía descargar mis brutalidades en el neocortex cerrado, ciego y mudo de mi injusticia biológica.

Ya me veo yo ahí en el banco frío de la sala, cojiendo entre mis manos un cuaderno ridículo y llenándolo de signos abstrusos, cómo si no me bastara con todos los que tengo que soportar aquí en el aula sofocante. Yo no tengo hocico, me decía para mis adentros, sólo los con hocico, como estos pendejos timoratos, gozan descarriando la baba por el horizonte, como si fuese un regalo para nosotros que sufrimos con sus verborreas.

Allí me quedaba, como silencioso en alma profunda, olvidando todo signo en una voluptuosidad enjuta búdica, casi sidhartica. Recordándo el blanco de lo innominable.

Ya no estaba ahí.

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